06 octubre 2011

DE CARA AL MAR



Veo tus ojos, ocultos tras tus párpados de largas pestañas, porque miras bajo, y tengo tus manos en las mías. Tus manos quietas, de tersa piel… ¿dudas? Pero, ¿por qué vas a dudar, si sabes que te amo? Y aun así, tú no sabes del todo, tú temes, tú no quieres dar un paso en falso.


Al caminar, tejes tus dedos en los míos y en ese contacto suave hay una conversación. Estar en este bosque es un milagro, la conjunción perfecta de instantes pasados que nos trajeron. Para mí, estar tan cerca de ti es haber hallado mi sitio en la vida, el Edén a la medida, sin más preguntas, sin más zozobras.


 Antes de irte, volteas y me sonríes, y yo sé que todo está bien.


Y esa misma tarde camino entre la arboleda, entre sus brazos donde el sol y las nubes son perlas de oro y plata. Entre los arbustos respiro el perfume de las rosas y escucho el canto de las aves. La mañana se oscurece, para brotar en atardecer que enmudece la vegetación. Se insinúa el frío en oscuridad del bosque, y en medio de la niebla salgo, aquí, a la orilla del mar.

No hay nada, nada que yo diga que pueda cambiar este sino de horas silenciosas. Nada que transforme el silencio en voces, la quietud en risas, en risas y manos el amargo abandono del mar.


Porque me hinco, y me abrazo a la roca que marca el sitio donde duermes.


No te has despedido de mí hoy, sino hace años. Fue en ayeres donde te besé y donde antes de irte, volteaste a mí y me sonreíste por última vez… 


Abrazo la roca como si tocara las madejas de tus cabellos, y las gaviotas vuelan… abrazo la nada, abrazo el olvido, abrazo el oscuro bosque y el mar helado, descubro la fría quietud del tiempo que todo lo roba y vuela, con nuestras luces, con nuestros colores.


El mar, y la distancia; el sueño, y el despertar; tú, y el viento que gira en susurros de hojas secas, manecillas de un reloj que no marca ningún tiempo…


Nada, nada que diga te hará volver. No hay combinación de palabras, ni de sentimientos, ni una hora precisa para reunirlo todo y con ello lograr que estés conmigo.


Y por eso abrazo la roca y me recojo en ella, apoyo la mejilla y la sien, como si pudieran tus manos volver de nuevo a mis cabellos… No importaría que fuera bajo este cielo gris. No importaría que fuera en la noche larga. No importaría que fuera bajo la lluvia próxima, tan próxima como mis lágrimas mansas que entre las hojas en vuelo, no se cansan de llamar. Esos abrazos y esas lágrimas que saben que no volverás, no me tocan más que el viento. No hay un beso que yo pueda dar. Nada traerá de vuelta a mí tus ojos, ni tus palabras, y yo siempre me preguntaré amor mío, cómo puede ser posible eso.


Cómo puede ser que lo un día tan hermoso y claro como mil soles en alas de gaviotas, unos ojos tímidos, unas manos suaves y el alma detrás de todos eso, se vuelva noche y viento, se vuelva nada y hojas secas, crepúsculos, coronas de espinas, espejismos de un rostro amado. Cómo es posible que en ningún sitio, en ningún mar, ni desierto, ni hora oculta, ni recodo, nunca vuelvan a aparecer, hasta que esa nada venga a este páramo. ¿Es posible que un día nadie venga a donde duermes, y que no esté yo para abrazarte,  que no vuelva y que tus ojos y tus manos en la arboleda, se esfumen por siempre jamás, junto con todo lo que sentimos y todo lo que fuimos?


¿Es posible que tú, el perfume de mi vida y la luz de mil mañanas misteriosas, no estés más?


Sí, es posible. Mas no me rebelo: esa es la historia y así es y me hallará aquí, esperándote, aunque sepa que nunca habrás de regresar. Pero ningún destino puede impedirme que venga donde duermes o vaya al santuario de mi amor por ti. Nadie puede impedirme que en la noche dance un vals con las luciérnagas, y te extrañe. Nadie puede impedir que diga tu nombre a las olas, ni que te mire en el cielo estrellado, ni impedir que seas en mi corazón el dulce tesoro de la primavera. No hay poder que me impida hablar contigo entre el murmullo del océano. A pesar de mis espejos, donde veo reflejados mis deseos de olvido; a pesar de las lunas donde despierto de golpe; nada me impide verte, ni besar tu corazón trémulo que era en mis manos una ardiente rosa delicada.


Y por eso vengo, mientras allá en la ciudad suenan las campanas luminosas de las noches marítimas. Por eso me abrazo a tu silencio y a tus manos idas como gaviotas en vuelo que no puedo tocar. Por eso dejo que mi corazón se desangre poco a poco, sin hablar, noche a noche, soledad a soledad, mientras el viento borra tu nombre de la roca y es ancla que me lleva a lo profundo del mar. Tal vez ahí, a fuerza de silencios rojos, la niebla y la nada abran su puerta, y a través de ella, me sorprendas una noche y vengas por mí.


Y aunque no vuelvas, aunque no te vea nunca más, aunque no vuelva a escuchar tu voz, que vuelen las fábulas y estallen los otoños, pues pese a la marea furiosa y en medio de su tempestad, en la nada absurda donde me encuentro sin ti, ayer como hoy yo te amo, vida mía. ¡Por eso no me olvides, por eso no me olvides nunca más…!

1 comentario:

aamanecerdeluniverso dijo...

Estupendo "DE CARA AL MAR" me dan ganas de ponerme a escribir aquí y ahora.
Valió la pena esperar. ¡Si, valió la pena!
Una prosa que envuelve, que adolece, que abraza, que sabe de sentires, y suavemente los rasga...Ya no se ven por mis arrabales callejuelas caballeros tan romáticos como el de tu preciosa prosa-poética. Permite que la defina así.
Enhorabuena, me encanta.
Un abrazo
mara