24 junio 2011

NO SERÁ A MÍ

No estás conmigo… ¿y qué? Que no me ames, es tu imposibilidad, no la mía. Que me olvides, es tu pérdida, no la mía. 

¿A mí? A mí me basta con habértelo dicho; me basta con respirarte donde caminamos; me basta con recordarte como si esa tarde cuando te vi y te toqué, contara por años pasados, o como un futuro que no llegó. 

Esas pocas horas en que tú supiste, y yo me encargué de que no te quedara duda.

¿Piensas que voy a olvidarte, como tú a mí? Yo no tengo imposibilidades. 

Y eso es porque no temo, ¿sabes? Yo abrí los brazos, como mi corazón, y siguen así. Te lo dije, te lo pedí, aunque nadie me entendiera. Lo hice, aunque en ello inmolara afectos tan grandes como mi existencia. Lo hice, pese a que mi vida diera un giro por habértelo confesado y, aunque pasara de ser luz a sombra incomprensible. No me importó que mi pago fuera el silencio. Lo hice, aunque al final obtuviera de ti un adiós y nada más. 



No, con todo lo lo que no tuve y con lo que perdí, el destino no va a reprocharme que no hubiera vivido en llamas; que no hubiera imaginado otros mundos junto a ti; que no hubiera confesado mi locura a quien amaba o que nunca hubiera soñado o que nunca me hubiera atrevido. El destino no va a reprocharme que no me arriesgara por una locura, aunque ese destino me diera por recompensa, la soledad. No será a mí a quien las horas van a reprochar no haber dado el paso hacia un alma que se me tendía, no será a mí a quien la vida reclamará no abrir un mundo que estaba al alcance de la mano, porque no quise creer. No será a mí a quien la vida reproche que no me atreví. No a mí a quien, en la orilla de la nada, los besos robados estallen en cristales rotos… ¡porque no quise dar uno solo a cambio…!

¡No, te lo juro… no será a mí!

17 junio 2011

DESEO QUE NUNCA

No te tengo, no te tendré. Bien. Mi consuelo o mal deseo no es que un día, te arrepientas. No deseo que una noche te arrepientas por no haber deseado, por lo menos, hacer la prueba y saber si yo podía mostrarte un mundo que deseabas conocer. No.

Mi deseo es que nunca te arrepientas. Deseo que nunca te arrepientas de no haberme querido. Que jamás te preguntes nada.


Mi deseo es que mires por tus ventanas y sientas que estás bien. Que vayas por la calle y te tomes de la mano, sin tener la noción de que conmigo pudo haber sido mejor, pues yo sé con quién te quedarás. Por eso deseo que jamás vivas ningún vacío y te conformes con ese pobre amor, elegido a través de tus miedos, no de tu corazón. Deseo que de nada te percates, para que estés por siempre prisionera de tu engaño, de tu error, que continúes siendo la Bella Durmiente, viviendo un sueño y no una realidad. 

Te deseo por siempre presa, y que no despiertes nunca, pues más doloroso que escuchar un no, es decírselo a quien realmente te amaba, y no darse cuenta del error.




14 junio 2011

SOÑÉ QUE ERA UN POETA GRIEGO


Soñé que era un poeta de la antigua Grecia. Tenía una musa. En el sueño, los poetas tenían musas, mujeres con que los poetas podían tener o no, una relación sentimental. Mi musa, que además era mi amante, era de cabellos rubios ensortijados, típico perfil griego y grandes ojos color miel, rasgados. Tenía un poco marcada la mandíbulo. Ahora buscando una imagen para este post, encuentro una que se le parece. Ella usaba una diadema, pero pendientes no. Sabía su nombre en el sueño.

Yo tenía en casa, en un librero, papiros enrollados, un busto sin cara de mi musa y una efigie de ella, de arcilla. 

La veía en un parque que tenía a mesas de piedra y una fuente central. Vestíamos túnicas. Ella estaba bocabajo en la hierba leyendo.

Se recargaba contra un árbol y miraba a lo lejos con sonrisa triste. Sus grandes ojos se llenaban de lágrimas y se me ocurrió un poema que escribía en un papiro, en español. Al escribirlo me decía: sí, ésta es la forma que debe tomar.

Mientras escribía me di cuenta que soñaba y busqué despertar. Primero soñé que despertaba y lo transcribía. Lo releí tratando de memorizarlo, repasando a ratos el escrito. 

Al despertar realmente, traté de recordar las dos estrofas que compuse, pero sólo recordé una, anotándola al reverso de una impresión de computadora que empecé a leer ayer. 

El poema dice: 

No tengo voz, Flora,
no tengo voz, Diana.
No volveré a libar el vino de primavera
hasta que no tenga los odres nuevos.

09 junio 2011

ALTAR ROMANO

Tendría unos 6 años cuando vi por primera vez a la Roma antigua, en un diccionario Sopena, de mi padre. Desde entonces, he tenido la sensación de haber estado en la época romana.


02 junio 2011

EL VIOLÍN ENSANGRENTADO

Ocho cellos, 10 contrabajos, casi 30 violines, un arpa, instrumentos de viento, cuatro percusionistas y un director en la vorágine de la Quinta Sinfonía de Mahler.

Escuchando cuerdas y timbales, M se recordó dos semanas atrás. Al finalizar aquel concierto se internó en el pasillo para hablar con Ofelia, llevando el violín.

Los músicos intercambiaban animadas impresiones; M escuchó risas, recibió alguna palmada en la espalda y asintió a preguntas, sin saber qué le decían.

Llegó al camerino. Sin llamar a la puerta, abrió.

M lo sospechaba, pero verlo es distinto. Como si lo descubriera, experimentó el dolor de una puñalada en el corazón: Ofelia –la de rizos oscuros, la de miradas brillantes, su novia- y Sebastián, otro violinista, se besaban, de pie.

Después de la primera impresión, M se sintió lúcido, con los sentidos afinados.

Sorprendidos, voltearon a verlo. Ofelia con algo de pena; Sebastián, entre molesto y contrariado.

Eso fue hacía dos semanas, y ahora, M se levantó en la mitad del concierto, en medio del furor de las cuerdas, del estallido de los tambores, de las partituras que se deshojaban ante la furia de los sonidos.

Con el violín en una mano, M llevó la otra al interior del saco.

El Director lo miró, sobresaltado.

Durante todo el concierto, M lo llevó dentro del saco. Estiró el brazo en medio de los músicos -algunos lo vieron, deteniéndose, otros no y siguieron interpretando-, y accionó el revólver.

El primer disparo fue un desafinar en las cuerdas y lanzó a Sebastián contra el suelo, entintándolo de sangre; el segundo disparo fue el choque de címbalos que dio a Ofelia en una mano reventando su violín. Los siguientes fueron tañidos, los bemoles sostenidos de los gritos del público.

Yendo a Sebastián parsimoniosamente, M le apuntó y disparó una vez más, dos, tres, cuatro. Fin de la obra.

Ofelia, desesperada, se lanzó con las uñas, sobre M, pero éste la tomó por un brazo y la lanzó con furia sobre el cuerpo ensangrentado de Sebastián. Ofelia, sin fuerzas, no pudo hacer más que llorar y abrazar al caído.

Oyendo los gritos de Ofelia, M destrozó las manos de ella con disparos en golpe metálico de timbales, igual al los movimientos del concierto: 5 –allegro– 6 –rondó allegro–, 7 –vivace–, 8 –largo–... M perdió la cuenta, hasta el revólver chasqueó, vacío.

-Continúen –susurró M-. Sigan tocando su partitura.

Lanzó el violín al suelo y lo pisoteó. Ofelia había perdido el conocimiento.

Lo siguiente fue que M se sintió zarandeado por varias manos, apresado en medio de gritos sin orden.

Llevado por el pasillo entre los músicos, que le gritaban o se apartaban del paso, lo condujeron afuera entre personas del público que habían salido corriendo... parejas o familias se abrazaban en los pasillos, sollozando, incrédulas. M pasó a las manos de los policías del teatro, que le colocaron las muñecas a la espalda y doblándolas, lo llevaron a la calle.

El vehículo de la policía aguardaba en la acera. El fresco de la calle proporcionó alivio a M.

¿Si no es mía, no será de nadie?, se preguntó M. ¿Esa había sido la motivación?

Internamente satisfecho, M esbozó una sonrisa cansina. No, era algo diferente.

Era que ahora todos estaremos en la misma orquesta, interpretando la misma sinfonía muda y doliente.

Con las manos y el corazón destrozados, también Ofelia había interpretado su último concierto.