02 junio 2011

EL VIOLÍN ENSANGRENTADO

Ocho cellos, 10 contrabajos, casi 30 violines, un arpa, instrumentos de viento, cuatro percusionistas y un director en la vorágine de la Quinta Sinfonía de Mahler.

Escuchando cuerdas y timbales, M se recordó dos semanas atrás. Al finalizar aquel concierto se internó en el pasillo para hablar con Ofelia, llevando el violín.

Los músicos intercambiaban animadas impresiones; M escuchó risas, recibió alguna palmada en la espalda y asintió a preguntas, sin saber qué le decían.

Llegó al camerino. Sin llamar a la puerta, abrió.

M lo sospechaba, pero verlo es distinto. Como si lo descubriera, experimentó el dolor de una puñalada en el corazón: Ofelia –la de rizos oscuros, la de miradas brillantes, su novia- y Sebastián, otro violinista, se besaban, de pie.

Después de la primera impresión, M se sintió lúcido, con los sentidos afinados.

Sorprendidos, voltearon a verlo. Ofelia con algo de pena; Sebastián, entre molesto y contrariado.

Eso fue hacía dos semanas, y ahora, M se levantó en la mitad del concierto, en medio del furor de las cuerdas, del estallido de los tambores, de las partituras que se deshojaban ante la furia de los sonidos.

Con el violín en una mano, M llevó la otra al interior del saco.

El Director lo miró, sobresaltado.

Durante todo el concierto, M lo llevó dentro del saco. Estiró el brazo en medio de los músicos -algunos lo vieron, deteniéndose, otros no y siguieron interpretando-, y accionó el revólver.

El primer disparo fue un desafinar en las cuerdas y lanzó a Sebastián contra el suelo, entintándolo de sangre; el segundo disparo fue el choque de címbalos que dio a Ofelia en una mano reventando su violín. Los siguientes fueron tañidos, los bemoles sostenidos de los gritos del público.

Yendo a Sebastián parsimoniosamente, M le apuntó y disparó una vez más, dos, tres, cuatro. Fin de la obra.

Ofelia, desesperada, se lanzó con las uñas, sobre M, pero éste la tomó por un brazo y la lanzó con furia sobre el cuerpo ensangrentado de Sebastián. Ofelia, sin fuerzas, no pudo hacer más que llorar y abrazar al caído.

Oyendo los gritos de Ofelia, M destrozó las manos de ella con disparos en golpe metálico de timbales, igual al los movimientos del concierto: 5 –allegro– 6 –rondó allegro–, 7 –vivace–, 8 –largo–... M perdió la cuenta, hasta el revólver chasqueó, vacío.

-Continúen –susurró M-. Sigan tocando su partitura.

Lanzó el violín al suelo y lo pisoteó. Ofelia había perdido el conocimiento.

Lo siguiente fue que M se sintió zarandeado por varias manos, apresado en medio de gritos sin orden.

Llevado por el pasillo entre los músicos, que le gritaban o se apartaban del paso, lo condujeron afuera entre personas del público que habían salido corriendo... parejas o familias se abrazaban en los pasillos, sollozando, incrédulas. M pasó a las manos de los policías del teatro, que le colocaron las muñecas a la espalda y doblándolas, lo llevaron a la calle.

El vehículo de la policía aguardaba en la acera. El fresco de la calle proporcionó alivio a M.

¿Si no es mía, no será de nadie?, se preguntó M. ¿Esa había sido la motivación?

Internamente satisfecho, M esbozó una sonrisa cansina. No, era algo diferente.

Era que ahora todos estaremos en la misma orquesta, interpretando la misma sinfonía muda y doliente.

Con las manos y el corazón destrozados, también Ofelia había interpretado su último concierto.


3 comentarios:

Marga dijo...

Me encanta.

Víctor Hugo dijo...

;-) thanks.

aamanecerdeluniverso dijo...

Ufff por favor que derroche de imágenes nos dejas...Seguié calle arriba para deleitarme con lo que tu pluma firma.
Abrazo positivo.