25 octubre 2011

BEATRIZ SALAS, ARTE E INTERPRETACIÓN

Interpretaciones de textos y no solamente lecturas, es lo que hace la talentosa Beatriz Salas. Me gustó mucho que interpretara un breve texto mío. Dicción educada, perfecta idea de los tiempos, más las virtudes del profesionalismo son el corolario de una voz gratísima. ¡No se pierda nadie, nada de su playlist!

24 octubre 2011

MI PEQUEÑA VIRTUD


Cuento de terror

Pasé tres desilusiones en mi vida. No sé como salí de ellas o mejor dicho, cómo caí. Amigos y familia siempre me han dicho que me sobrepongo por una virtud propia de mí. Dicen que soy dulce y que eso me ha hecho tanto bien, como mal.

No mencionaré su nombre, pero sí sus largos cabellos castaños y que en la escuela primaria me tomó de una mano y pasó una tarde conmigo. Siempre he sido tímido. No supe hacer nada, excepto seguirla y oírla, y no responder a nada. Al otro día me sentí más tranquilo y me dispuse a ser otro. Cuando la vi, ella dio vuelta con sus amigas. Nunca más me buscó, pero escuché sus palabras: “no pensé que fuera tan aburrido”.

Hoy me puede sonar bobo, pero fue importante. Tanto así, que tomé esas palabras como mi opinión. Adopté esa imagen y hasta años después, en la escuela preparatoria, volví a abrirme a otras personas.

Recuerdo el nombre de ella, pero ¿importa? No es necesario hablar mal de un rostro. No se debe culpar a nadie de lo que obtuvimos por error. Ella era… demasiado liberal para mí. No sé qué me vio. Por esos años mis conocidos coincidían con mi familia, por separado, en que yo necesitaba una pareja dulce como yo. Ella era lo contrario. Dudo que se propusiera dañarme. Vivía su vida y así me abandonó, sin decir adiós.

Esta noche, mi última decepción fue clara, la peor. Venía a pedirle a quien pensaba era mi pareja definitiva, que nos casáramos. Saqué mi auto de la agencia por la mañana, en la tarde arreglé asuntos para iniciar el capítulo feliz de mi vida, y cuando llegué por sorpresa a su departamento, con el anillo y para dar un paseo en auto, la encontré con un desconocido.

El estuvo cruzado de brazos, viendo al suelo, apenado, pero decidido a permanecer con ella. Ella, triste, pero también decidida a estar con él. En la puerta de su departamento me explicó mucho. Yo, como siempre, como cuando era niño, como siempre, sin saber decir algo, solamente oí y asentí, hasta que ella se tomó las sienes: “no me veas así. No des lástima”.

Salí del edificio. Llevaba el estuche con el anillo en una bolsa del saco. ¿Cómo todo había cambiado tanto?, pensé. Hace quince minutos eras feliz. ¡Todo este día fuiste feliz! ¡Y ahora no tienes nada!

Conduje sin rumbo fijo. Sin darme cuenta, poco a poco presioné el acelerador. Escuché bocinas, vi autos pasando fugaces. ¿Qué caso tiene?, pienso. Todas las veces sale mal, todo, siempre, todo, no sirvo para nada. Y acelero más.

Giro en una esquina a 90 por hora. Los neumáticos chirrían, mi auto casi vuelca. Por fin estoy libre, libre para burlarme de los sinsabores, de la nada y del todo. Los transeúntes gritan al ver que he entrado a alta velocidad, por error, en un carril equivocado. Voy en sentido contrario. Los fanales abren la calle y bañan de pálido los ojos que brotan en aullido tras el parabrisas de un auto que viene hacia mí. Sorprendidos, aterrorizados. Quiénes más. Son ella y él. No sospecharon que he calculado perfectamente el tiempo que les tomaría llegar a esta esquina. Un segundo antes del choque donde los tres vamos a morir en reventar de cristales y sangre, el tiempo se congela y aquí estoy, recordando el pasado que me trae a este instante, cuando pueden reconocerme por sus fanales en mi sonrisa y en mis luces su aterrada comprensión de que, como lo supieron las dos mujeres que llevo en la cajuela, mi pequeña virtud no es ser dulce. Sino que tengo buena memoria y un odio que nunca se apaga.

06 octubre 2011

DE CARA AL MAR



Veo tus ojos, ocultos tras tus párpados de largas pestañas, porque miras bajo, y tengo tus manos en las mías. Tus manos quietas, de tersa piel… ¿dudas? Pero, ¿por qué vas a dudar, si sabes que te amo? Y aun así, tú no sabes del todo, tú temes, tú no quieres dar un paso en falso.


Al caminar, tejes tus dedos en los míos y en ese contacto suave hay una conversación. Estar en este bosque es un milagro, la conjunción perfecta de instantes pasados que nos trajeron. Para mí, estar tan cerca de ti es haber hallado mi sitio en la vida, el Edén a la medida, sin más preguntas, sin más zozobras.


 Antes de irte, volteas y me sonríes, y yo sé que todo está bien.


Y esa misma tarde camino entre la arboleda, entre sus brazos donde el sol y las nubes son perlas de oro y plata. Entre los arbustos respiro el perfume de las rosas y escucho el canto de las aves. La mañana se oscurece, para brotar en atardecer que enmudece la vegetación. Se insinúa el frío en oscuridad del bosque, y en medio de la niebla salgo, aquí, a la orilla del mar.

No hay nada, nada que yo diga que pueda cambiar este sino de horas silenciosas. Nada que transforme el silencio en voces, la quietud en risas, en risas y manos el amargo abandono del mar.


Porque me hinco, y me abrazo a la roca que marca el sitio donde duermes.


No te has despedido de mí hoy, sino hace años. Fue en ayeres donde te besé y donde antes de irte, volteaste a mí y me sonreíste por última vez… 


Abrazo la roca como si tocara las madejas de tus cabellos, y las gaviotas vuelan… abrazo la nada, abrazo el olvido, abrazo el oscuro bosque y el mar helado, descubro la fría quietud del tiempo que todo lo roba y vuela, con nuestras luces, con nuestros colores.


El mar, y la distancia; el sueño, y el despertar; tú, y el viento que gira en susurros de hojas secas, manecillas de un reloj que no marca ningún tiempo…


Nada, nada que diga te hará volver. No hay combinación de palabras, ni de sentimientos, ni una hora precisa para reunirlo todo y con ello lograr que estés conmigo.


Y por eso abrazo la roca y me recojo en ella, apoyo la mejilla y la sien, como si pudieran tus manos volver de nuevo a mis cabellos… No importaría que fuera bajo este cielo gris. No importaría que fuera en la noche larga. No importaría que fuera bajo la lluvia próxima, tan próxima como mis lágrimas mansas que entre las hojas en vuelo, no se cansan de llamar. Esos abrazos y esas lágrimas que saben que no volverás, no me tocan más que el viento. No hay un beso que yo pueda dar. Nada traerá de vuelta a mí tus ojos, ni tus palabras, y yo siempre me preguntaré amor mío, cómo puede ser posible eso.


Cómo puede ser que lo un día tan hermoso y claro como mil soles en alas de gaviotas, unos ojos tímidos, unas manos suaves y el alma detrás de todos eso, se vuelva noche y viento, se vuelva nada y hojas secas, crepúsculos, coronas de espinas, espejismos de un rostro amado. Cómo es posible que en ningún sitio, en ningún mar, ni desierto, ni hora oculta, ni recodo, nunca vuelvan a aparecer, hasta que esa nada venga a este páramo. ¿Es posible que un día nadie venga a donde duermes, y que no esté yo para abrazarte,  que no vuelva y que tus ojos y tus manos en la arboleda, se esfumen por siempre jamás, junto con todo lo que sentimos y todo lo que fuimos?


¿Es posible que tú, el perfume de mi vida y la luz de mil mañanas misteriosas, no estés más?


Sí, es posible. Mas no me rebelo: esa es la historia y así es y me hallará aquí, esperándote, aunque sepa que nunca habrás de regresar. Pero ningún destino puede impedirme que venga donde duermes o vaya al santuario de mi amor por ti. Nadie puede impedirme que en la noche dance un vals con las luciérnagas, y te extrañe. Nadie puede impedir que diga tu nombre a las olas, ni que te mire en el cielo estrellado, ni impedir que seas en mi corazón el dulce tesoro de la primavera. No hay poder que me impida hablar contigo entre el murmullo del océano. A pesar de mis espejos, donde veo reflejados mis deseos de olvido; a pesar de las lunas donde despierto de golpe; nada me impide verte, ni besar tu corazón trémulo que era en mis manos una ardiente rosa delicada.


Y por eso vengo, mientras allá en la ciudad suenan las campanas luminosas de las noches marítimas. Por eso me abrazo a tu silencio y a tus manos idas como gaviotas en vuelo que no puedo tocar. Por eso dejo que mi corazón se desangre poco a poco, sin hablar, noche a noche, soledad a soledad, mientras el viento borra tu nombre de la roca y es ancla que me lleva a lo profundo del mar. Tal vez ahí, a fuerza de silencios rojos, la niebla y la nada abran su puerta, y a través de ella, me sorprendas una noche y vengas por mí.


Y aunque no vuelvas, aunque no te vea nunca más, aunque no vuelva a escuchar tu voz, que vuelen las fábulas y estallen los otoños, pues pese a la marea furiosa y en medio de su tempestad, en la nada absurda donde me encuentro sin ti, ayer como hoy yo te amo, vida mía. ¡Por eso no me olvides, por eso no me olvides nunca más…!